miércoles, agosto 23, 2006

Una temporada en el infierno. Revisitada.

He rodado por siete mil millones de mares y nunca antes me sentí tan colmadamente vacío. He jugado con los delfines del mal, y me he reído en sus alargadas narices, pinoccios de la inexistencia. Recuerdo cuando sin frío ni sed, descansaban sus guadañas; movimientos continuos, lentos y certeros acompañando mi marinero vagar. Alisios y sal curtieron mi alma para poder varar en tierra de sirenas, donde me correspondía por mi nuevo rango de salamita.

Una mañana desayuné con la Cordura, y me reconoció como a un antiguo amigo, saludándome con el respeto del niño adulto. La besé en la mejilla mientras le pellizcaba en los senos; se sonrió, y cubriéndose el rostro se alejó para no volver.

Una noche cené con la Belleza. Me miró tan fijamente, que la abofeteé, la violé y me reí de sus dominicales peinados de matiné.

Alternaba almuerzos con la Fidelidad y con la Humildad, quería aprender del enemigo. Al sospecharme espía, intentaron lo peor, y les practiqué corectivos de los mares centrales. Ahora me llaman de vez en cuando. No les contesto, ja.

Dedique muchas noches, muchas, a la Locura. Infiel compañera, pero digna de toda zahiriente dedicación aleatoria, me hizo sufrir con sus infinitas anécdotas.

Cuando las playas plagadas de los asesinos del sur, volvieron a quedarse desiertas, las Maduras Sirenas me buscaron. Recorrimos los pueblos de pescadores, ja, sembrando el renovado pánico de los sermones ateos. Descubrimos así, los enésimos mundos que se ocultan sobre el único que quisieron mostrarnos nuestros maestros. Viajamos y jugamos, hasta no poder recordar cuantas veces pensé en el sexo del diablo; oh, mis diosas!.

Y las puertas, cerradas siempre en su cara frontal, se entreabieron al vernos portando la falsa llave de la Caridad.
-No te encojas al oir esto- oh, lector indómito. Los franceses perdidos y los surrealistas del viejo Santa Cruz ya conocían de esta posibilidad.
Cruzamos los dinteles, todos, y violamos a la Amistad, hasta el hastío . Ella quiso más, siempre quiere más. Ciegos nuestros oídos, no dejaban escuchar a nuestros ojos el celeste rubor de las palabras amables, las tuvimos que robar del Index, y quemarlas.

Y llegaron veranos de cambio e inviernos de desidia. Otra vez huyendo de los Lobos de la Pereza, intentando dormir con la Sabiduría. Escurridiza como una traviesa luciérnaga en la eterna noche, me recibía mediante su sierva la Inteligencia. Allí en su casa, solía esperarla hablando con la Habilidad y la Política, pero nunca aparecía, siempre esquiva y altiva.

Ahora cuando vago como el último salamita, sólo espero que la Muerte por fin atienda mis súplicas, y me reciba cada mañana en su mesa, para desayunar curas pedófilos y militares corruptos.

2 comentarios:

BAR dijo...

WOW....SIN PALABRAS

popileroy dijo...

Profundidad abisal para este texto.
Vaciado terminológico.
Bravo!